Época: África
Inicio: Año 1000 A. C.
Fin: Año 350

Antecedente:
La primera historia de África



Comentario

El país nuba parece iniciarse al sur de la Primera Catarata, es decir, a partir de Assuan (10º latitud norte). A partir de aquí, habrá que apelar a la tradición oral para la reconstrucción del pasado. Es costumbre denominar Baja Nubia al territorio que se extiende entre la Segunda Catarata, ya próxima a Wadi Halfa y la Primera Catarata, y seguidamente tras remontar la Segunda Catarata, la Alta Nubia. Aquí el Nilo discurre por un desfiladero que se abre entre las mesetas libias del oeste y la que podría denominarse arábiga -de no mediar la depresión del mar Rojo al este- y la comunicación se hace difícil, menos no obstante que entre la Segunda Catarata y la Tercera. Ahora el Nilo se nos muestra muy poco propicio a la navegación con una sucesión de rápidos y meandros en medio de un paisaje de sierras desérticas. Bastante más al sur y pasada ya la Quinta Catarata, el Nilo recibe por su derecha y de las montañas de Abisinia un afluente importante, el Atabra. Una pista que va de Korosko a Kurgus permitirá al viajero que la utilice ahorrarse el gran arco que describe el Nilo en el país de Dóngola. Pista siempre inhóspita, dado el carácter desértico de la región que atraviesa y por los nómadas que la frecuentan. Toda la región es receptora de lluvias periódicas, merced a las nubes traídas por los vientos del sur, aun cuando las precipitaciones sólo parezcan favorecer a la cuenca del Atabra. Napata, en la curva del Dóngola apenas las recibe, aunque sí Meroe.
Las primeras noticias que tenemos del país nuba o Kush proceden del mismo Egipto faraónico, merced a los contactos que, desde inicios del período dinástico, mantenía éste con las costas de Eritrea, Somalia y Arabia meridional, contactos fruto de expediciones marítimas y terrestres. Es posible que estas últimas llevasen al corazón del África negra el Neolítico, con la domesticación del ganado cabrío e incluso, las técnicas cerámicas. En el 2.275 a.C., Herkhur, al servicio del faraón Pepi II (VI dinastía) llevó a cabo algunas expediciones, trayendo diversos productos de las mismas e, incluso, un pigmeo destinado a entretener a su soberano. Posiblemente, recorrió el Nilo Azul hasta la actual Etiopía meridional siguiendo por el Nilo Blanco y el Bahr-el-Gazal hasta llegar al mismo borde de la selva congoleña. Otras expediciones que se sucedieron produjeron un gran impacto entre las poblaciones, ya que probablemente los exploradores faraónicos llevaran consigo ganado vivo y simientes para sembrar en la estación lluviosa, enseñando la domesticación a los indígenas. Todos estos aportes terminarán por fructificar en una pequeña región del sur de Nubia, que ya entrado el II milenio a.C. empezaría a ser colonizada por el Egipto faraónico, como parecen demostrar diversas excavaciones en Kerma, cerca de Dongola, que desvelaron un reducto faraónico a datar entre las Dinastías XI y XII y por cuyas inscripciones sabemos que se trataba de la guarnición colonial de un principado indígena llamado Kush, que se extendía entre la Tercera y Cuarta Cataratas.

A finales del II milenio se hará ya más patente la penetración egipcia. Emplazada la capital del imperio faraónico en Tebas -la actual Luxor-, los soberanos de las Dinastías XVIII, XIX y XX que habían llevado su expansión imperialista más allá del Sinaí, se vieron detenidos por los hititas, por lo que decidieron extender sus dominios hacia el sur del Nilo. De aquí que el país nuba, es decir, la región que se extiende entre la Primera y la Segunda Cataratas que hoy llamamos Baja Nubia, conociese una masiva ocupación egipcia, que trajo consigo la explotación de sus recursos auríferos, que proporcionarían a los faraones unas 40 toneladas anuales de oro, cantidad que prácticamente sólo logrará superarse en la actual Sudáfrica.

Más allá de Nubia, en Kush, florecería toda una serie de poblados egipcios. Incluso en Yebel Barkal, ya cerca de la Cuarta Catarata, se llegó a construir una réplica del templo tebano a Ammon. Y sería allí precisamente, en Yebel Barkal, cuando al iniciarse el I milenio a.C., se impone un gobierno independiente, con una dinastía indudablemente egiptizada, que sería la que daría vida al que habría de llamarse Reino de Kush, cuya existencia se prolonga durante más de un milenio, con su capital política primero en Napata y más tarde en Meroe.

Fue aquí donde el Egipto faraónico optaría por constituir a la desesperada un baluarte defensivo. Al norte, los asirios habían sucedido a los hititas como auténtico poder imperialista organizado en el Próximo Oriente y el Bajo Egipto conocía junto a las continuas irrupciones piráticas de los Pueblos del Mar, los excesos de los mercenarios libios que, haciéndose con el poder, habían impuesto una serie de dinastas en el Delta. Las excavaciones de Reisner y otras en Napata parecen haber demostrado que fue coetáneamente a tales sucesos cuando termina de construirse allí la primera necrópolis real, a principios del siglo IX a.C.

Y desde allí, un siglo más tarde, los reyes de Kush iniciarán la reconquista de Egipto, constituyendo la Dinastía XXV con cinco monarcas. Napata en tal ocasión pasa a ser la auténtica capital del Egipto faraónico y sus reyes harán por aliarse con Tiro y Sidón, pero también con Israel y Sudán en una desesperada tentativa de oponerse al creciente poderío asirio.

Pese a todo, el año 676 a.C., los asirios bajo Asarhadon ocuparían el Bajo Egipto, y acto seguido, pocos años después, saquearían Tebas. Al faraón Taharqa no le quedó otra opción que retirarse a Kush, donde -a pesar de la invasión asiria y más tarde persa, griega y romana- habrá de configurarse un reino que sigue fiel a las tradiciones legadas del mundo faraónico, en una lentísima agonía.

Durante el período que conoció como provincia egipcia, e incluso en sus dos o tres primeros siglos de existencia independiente, la población de Kush, al igual que la de Egipto, fue predominantemente leucoderma, y una mayoría caucasoide dominó las rutas comerciales meridionales hasta los mismos confines de la última catarata del Nilo. Sin embargo, hacia el siglo VI a.C., Kush varía sus límites territoriales, traslada más al sur su capital política, más allá del desierto y de las cataratas, a una región a la sazón boscosa justo en el límite septentrional de las lluvias tropicales de estío. Las nuevas fronteras pueden situarse al sur de la actual Khartum.

Nace así Merwo, la nueva capital, en un país de población melanoderma y un poco más arriba de la confluencia del Atabra. Desde entonces los soberanos kuchitas gobernarán sobre una población mixta integrada por caucasoides y negroides, con nítida mayoría negra. Cabe buscar razones del cambio. La decadencia del Egipto faraónico hizo prácticamente innecesarias las rutas comerciales y, por otra parte, los kuchitas habían logrado aprender de sus antagonistas asirios la metalurgia del hierro, dándose el caso de que mientras que el Egipto faraónico careció de mineral de hierro y de combustibles para fundirlo, y el norte de Kush poseía mineral aunque no combustible, el Kush meridional se mostró poseedor de ambos productos en tan gran cantidad que dos milenios y medio después la contemplación de las montañas de escoria producidas le hacen suponer al viajero europeo que se encuentra ante un paisaje digno de la cuenca renana.

Sin embargo, Kush mantendría así una cierta autarquía económica que permitiría a los meroítas, con sus útiles y armas de hierro, plantearse la expansión hacia zonas más alejadas, en el ámbito sudanés, y sus soberanos terminarán no sólo por elegir para su descanso eterno el nuevo emplazamiento, sino asimismo -a partir del 308 a.C.- edificarán en el mismo importantes complejos templarios -como el dedicado al Sol / Anunon- así como baños reales que acusan una particular influencia helenística. No obstante, las dos necrópolis reales conocidas seguirán fieles a la tradicional pirámide, que en los últimos siglos se levantarán en ladrillo revestido.

Se vive a la sazón en tiempos en que los sucesores de Ptolomeo, general de Alejandro y fundador de la dinastía faraónica Lágida, han bajado su guardia en el sur, contentándose con el control de una franja de unos 120 kilómetros al sur de Assuan, de acuerdo con los monarcas meroítas. Son tiempos un tanto oscuros. Con excepción de una mención de Diodoro de Sicilia, refiriéndose al Rey Arkami -Ergamenes- que reina entre el 225-220 a.C. y al parecer se siente atraído por la cultura griega y se enfrenta a los sacerdotes de Anunon en Napata, sólo cabría registrar que con la decadencia del poderío lágida los etíopes parecen apoyar ciertos movimientos nacionalistas.

Tras la conquista romana, el primer prefecto de Egipto, Cornelio Galo, consigue reducir a los etíopes en la Thebaida (30-27 a.C.). En el 23 a.C. Petronio, tras derrotar a los egipcios que le presentaban batalla en Elefantina, avanzará a Nubia, derrotando a su soberana, una Candax, y arrasa Napata. Desde este momento, los romanos logran someter todo el país hasta Ibrim, más allá de Korosko. Meroe conoce entonces un aislamiento y marginación más graves, que culminan cuando el emperador Diocleciano se decide a transferir a diversos pueblos bárbaros -nómadas nobadas y blemyos- a la región, cuya guarnición le supone un elevado gasto (fines del siglo III).

El caso es que a inicios del siglo IV el reino de Meroe desaparece como entidad política y cuando en el 350 d.C. Ezana, emperador de Axum, se anexiona la región de Meroe, ésta conocía la opresión de los negros Noba. En el momento actual, Meroe sigue ofreciendo múltiples interrogantes al historiador, al egiptólogo y al antropólogo, independientemente de que en un momento determinado de la historia de África al sur del Sahara, el reino negro de Kush-Napata-Meroe, constituyéndose en un foco de vanguardia de la milenaria civilización faraónica y muy posiblemente de la metalurgia del hierro, encontrará particular expresión con la invención de la llamada escritura cursiva meroítica, la introducción en la misma del alfabeto y competirá con la jeroglífica egipcia.

Su civilización acertaría a fusionar elementos egipcios helenísticos y orientales, llevados por los sabeos y sobre todo africanos. Quizá el drama secular que vivió Meroe fue la dificultad de su comunicación con Egipto y su aislamiento entre las sabanas y los ignotos desiertos del oeste por un lado, y por otro, del telón natural que constituirán al este el Mar Rojo, el reino árabe de Axum y los puertos griegos de fundación ptolemaica.